El dilema de la abundancia

 








Vivimos en la época de la abundancia y no sabemos bien qué hacer con ella. Abundancia en la información, en la socialización, en las oportunidades, en los retos. Una abundancia general de contenido que se puede revisar a tiempo real, lo cual impide ciertamente que nos aburramos. El ocio era el gran elemento progenitor de la creatividad, las ideas, las innovaciones. Esto, antes de que la sociedad se convirtiera en un zombi tecnológico, caminando errante a través de las historias vistas desde el celular.

Más allá del daño a nuestras neuronas, existe un daño generado en la capacidad de socializar de manera presencial: básicamente preferimos sumergirnos en el celular y evitar comunicarnos de frente con otro ser humano. Lo cual también ha afectado la posibilidad de relacionarse en pareja. Quizá se deba al hecho de que hemos olvidado cómo comportarnos en la vida real, siendo nuestros parámetros de conducta expresados y maquillados a través de los filtros de las redes sociales: con bailes, cantos, retos, gula, etcétera. O quizá por la posibilidad de conocer gente fácilmente, lo que nos lleva al dilema de no poder (o saber) escoger.


La conclusión siempre es la misma, dejar atrás esos días en donde el pragmatismo amoroso nos llevaba a pensar que el “alma gemela” era aquella persona de la cual decidíamos enamorarnos. Dos almas nómadas dentro de miles de millones que tuvieron la fortuna de toparse en un lugar específico, de hablar el mismo idioma (o al menos entenderse) y de tener a disposición toda una serie de conveniencias (edad, cercanía, etcétera) que hizo posible florecer el amor.


Hoy, con la posibilidad de navegar en aguas mucho más amplias, entramos bajo la convicción de no querer entablar nada duradero, por el simple hecho de no descartar las infinitas oportunidades que pudieran presentarse. Qué dilema.

Crisis en el Tinder

De todas maneras, cuando la abundancia está descontrolada, la misma se suele regular por sí sola. Esto es lo que está sucediendo con las aplicaciones de citas, las cuales han ido perdiendo usuarios progresivamente. Así lo reporta una encuesta de Savanta (según nota de prensa de la BBC), que señala que el 90% de la generación Z se encuentra “frustrada” con estas aplicaciones.

Expectativas no cumplidas, falta de compromiso, naturaleza casual de los encuentros… en fin, una fatiga emocional que pareciera estar llevando a retomar las viejas formas de interrelacionarse. Cosa que no necesariamente es negativa, ya que mucho podemos criticar el pasado (y de toda la concepción machista que existía dentro del hogar), pero ciertamente no de la estabilidad que tenían las familias y los matrimonios.

Nota al pie: El lenguaje del Papa

El historiador italiano, Alessandro Barbero, tiene un libro en donde estudia la evolución del lenguaje de los papas a través de la historia. Pasamos de un lenguaje condenatorio, que se inmiscuía en los temas de política internacional (al final, el Papa, era un protagonista de cenital importancia), a uno “cómplice”, que con su silencio dejó de visualizar ciertas atrocidades cometidas por gobiernos totalitarios.

Francisco, ha sido desde el comienzo un Papa inusual, tanto en sus actos como en su comunicación. Desde el punto de vista semántico, seguramente tiene que ver con que es argentino, lo que hace que hable un italiano acentuado, y que también cometa errores en la traducción de falsos amigos (el español y el italiano tienen muchísimos). Pero también de su forma de ser tan bromista, que lo lleva a hacer chistes constantemente, muy típico de nuestras sociedades latinas.

Hace unos meses, en una reunión a puertas cerradas, Francisco dijo que no quería más “mariquera” en las parroquias porque ya hay suficiente. ¿Qué palabra quiso decir? No sabemos, ya que utilizó “frociaggine”, que podría traducirse en “mariquera”; pero bien pudo haber estado mal empleada. ¿En cuál contexto?, ¿con cuál tono? Tampoco sabemos.

El caso es que se tuvo que disculpar (admitiendo entonces el hecho), pese a que la opinión pública no lo condenara de manera demasiado severa. Al final, fue él mismo quien dijo poco atrás que la homosexualidad no era un delito, lo que lo ha colocado en una posición incómoda dentro de su iglesia, lo cual no lo ha detenido para buscar reformarla.



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