escribo como hablo





 El solo hecho de pensar que podemos escribir como hablamos en el campo de la literatura (y ni decir, en el científico), y que de esto resulte sin más una obra, es un auténtico prodigio que pocos alcanzan. En este sentido, hallamos autores a quienes se les han grabado y luego transcrito sus discursos, conferencias, clases y conversatorios y con asombro los editores y correctores de estilo no han hallado mayores detalles (tal vez: las pausas por la respiración traducidas en comas, o los silencios transformados en puntos seguidos y aparte, o punto y coma, que por cierto, tiende a desaparecer), y han sido plasmados en las páginas de los libros tal cual lo dijeron, ejemplos sobran, daré unos pocos entre los más relevantes: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, Ricardo Piglia, Mario Vargas Llosa, Umberto Eco, Octavio Paz, Antonio Tabucchi, José Saramago, Javier Marías, y un largo etcétera. Solo quien ha alcanzado la perfección en su lengua, puede trasvasar el uso “cotidiano” de su expresión oral a la página, y en idénticas condiciones, y en esa suerte de recursividad que se da en lo interior (el pensamiento transformado en lengua y viceversa: uno enriquece al otro), podemos decir sin temor a caer en la tontería, lo que enuncia el título de este despacho: escribo como hablo.


En realidad, hay un inmenso abismo entre la expresión oral y la escrita, y este hiato deviene a su vez de la incongruencia e imperfecciones en las que incurrimos al voleo, cuando expresamos nuestro pensamiento de manera oral sin preocuparnos mucho por el estilo (o por ignorancia, que al fin y al cabo son equivalentes en cuanto a los resultados), lo que suele traducirse normalmente en repeticiones, cacofonías, saltos de tiempo y de espacio, olvidos, confusiones, giros lingüísticos inadecuados, mal uso de adverbios, adjetivos y verbos, vicios de la lengua como las muletillas (estas son las peores), arcaísmos, extranjerismos, neologismos, fallos propios de la memoria, quiebres en la ilación y paremos de contar, y de esta nefasta realidad no nos escapamos los autores, lo que hace que la página tenga que ser trabajada con meticulosidad y empeño, para deslastrarla de todo aquello que la afea y la haga ininteligible y oscura (obscura: diría el gran Octavio Paz).

Hermoso resulta cuando nos topamos con casos de tal perfección como los arriba citados, que nos empujan a hacer todavía un mayor empeño para cerrar esas brechas que separan ambas expresiones, que entorpecen la comunicación y le restan brillo y elegancia a nuestro discurso y, ni se diga, al texto, y ustedes me dirán que esa perfección solo la pueden alcanzar las luminarias, pero no es así: en cada uno de nosotros (si amamos las letras, por supuesto) hay ese potencial que puede conducirnos a la meta si nos lo proponemos.

Veo a diario los videos que el escritor peruano Jaime Bayly publica en su canal de YouTube, y créanme, si no los han visto, que este autor se expresa como si estuviera allí, frente a la cámara, escribiendo sus columnas: es tal su perfección cuando habla (dicción, solemos llamarla), que da gusto escucharlo solo para disfrutar de un maestro de la lengua, que concede a cada vocablo un peso, una riqueza y una dignidad, que merecen elogios, y yo que soy tan quisquilloso a veces no me atraen los temas que desarrolla (por cualquier circunstancia), pero veo el programa solo para disfrutar de su dicción, para tener frente a mí a un autor que habla como escribe (y viceversa), porque no se crean, a veces escucho a escritores consagrados por el público y la crítica y no hallo congruencia entre lo que percibo en sus discursos y lo que he leído de ellos en su obra, y ustedes me dirán que lo hacen para que sus palabras lleguen a todo tipo de público, perfecto, está bien, lo acepto, pero es obligación de quienes trajinamos la lengua con fines estéticos y artísticos, estar siempre a la altura de las circunstancias. Recuerdo en este punto a Arturo Uslar Pietri, que cada vez que aparecía en pantalla en sus programas, era un erudito maestro que daba gusto escuchar: magnífica dicción, o como dijo de él Borges: una de las cabezas mejor amuebladas de su tiempo, que podía “decir como Walt Whitman: soy amplio y contengo muchedumbre.”

He visto videos de Borges, y hasta para criticar lo hacía con tanto tino y exento de vulgaridad, que su opinión se enriquece con la sutil y fina ironía y también con la sátira, que hacen de ella algo digno de escucharse, porque es sencillamente literatura. Los invito para vean los videos que nos dejó el también argentino Ricardo Piglia, quien diserta frente a un auditorio sobre Borges: son clases magistrales de contenido y de forma, y apenas mira de vez en cuando sus notas para no extraviarse, pero es un espectáculo bellísimo, digno de ser llevado a las aulas en todos los niveles educativos, para que los niños y los jóvenes vean la conjunción de la teoría con la práctica en la vida real, y de la mano de indiscutibles maestros. Por cierto, hay un libro maravilloso que estoy releyendo titulado Julio Cortázar. Clases de Literatura (Alfaguara, 2013), que cuando lees sientes que estuvieras con él en un aula de clases y es tan perfecta su expresión oral, que el editor dice en la contratapa: “Quien lea la minuciosa y fiel transcripción de trece horas de grabaciones…valorará lo mismo que en sus textos…”



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